5.- LAS CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS
LIBRO:
HISTORIA DE ALEMANIA DESDE 1800 HASTA EL PRESENTE
5.1 En algún momento de finales de la década de 1820 y principio de la de los años 30 (la fecha no se conoce con exactitud), en la ciudad de Ellwagen, en el estado suroccidental de Wurttenberg, el albañil Jakob Walter (1788 - 1864) se sentó para escribir sus memorias. Jakob fue reclutado forzosamente en el Gran Ejército del emperador francés (1769 - 1821) como un soldado de infantería y marchó hasta Moscú ida y vuelta. Con su prosa simple y sencilla, Walter recogió los terribles sufrimientos que había experimentado durante la retirada de su ejército durante los últimos meses de 1812. Acosados continuamente por cosacos, buscando comida, sucios y hambrientos, robado por los bandidos, y escapando de la muerte en muchas ocasiones por los pelos, Walter sobrevivió como pudo a esta penosa experiencia. Al encontrar un refugio temporal en un pueblo polaco desde hace mucho tiempo, pudo lavarse:
Lavé mis manos y mi cara muy despacio porque las costras de mis manos, orejas y nariz habían crecido como cortezas de abetos, con grietas y escamas negras como el carbón. Mi cara se parecía a la de un campesino ruso con barba dura. Y cuando me miré al espejo, me quedé asombrado ante la extraña apariencia de mi cara. Me lavé durante una hora con agua caliente y jabón.
Todos los intentos de liberar su cuerpo y sus ropas de los piojos ("mis soberanos") fueron inútiles. De camino hacia el oeste con su unidad, comenzó a padecer fiebre, probablemente tifus, y tuvo que ser llevado en un carro el resto del viaje. Alrededor de cien de los 175 hombres del convoy no sobrevivieron al viaje. Cuando, aún lleno de piojos, Walter llegó a la tierra que le vio nacer, no creía que sus familiares podrían reconocerle: 'Hice mi entrada con un abrigo ruso negro como el carbón, un sombrero todo redondo y un montón de compañeros de viaje bajo mis ropas, entre los que habían rusos, polacos y sajones'. Por fin pudo lavarse adecuadamente, limpiar todas sus ropas de piojos y empezó a mejorar poco a poco su salud. La gente de la zona empezó a llamarle el ruso, como todos los que estuvieron en aquella época fueron llamados.
Como la inmensa mayoría de los europeos comunes de aquella época, Walter tenía poco o ningún interés o conocimiento de la política. Fue reclutado forzosamente por las autoridades en el estado-marioneta de los franceses de Wurttemberg en 1806, y vuelto a llamar a las armas en 1809 y 1812. Al igual que los miles de reclutas forzosos de aquella época que fueron llamados a las armas, no tuvo otra opción. Su diario no muestra ningún sentido de obligación moral para con los franceses o, incluso, con la causa de Wurtemberg, ningún interés en el resultado de la guerra, ningún odio hacia los rusos o ningún deseo de matarlos. Como un soldado común de infantería, mostró poco conocimiento o preocupación por los temas estratégicos detrás de las campañas militares en las que tomó parte. Walter tan solo estaba interesado en sobrevivir a la rigurosa prueba a la que había sido sometido a su pesar. La vivacidad de las tropas francesas que habían arremetido victoriosamente contra las fuerzas contrarrevolucionarias austriacas al principio de la década de 1790 - 1800 cantando la Marsellesa, ya había desaparecido. Tan solo un pequeño número de soldados, como la Guardia Imperial, todavía estaban motivados y comprometidos con la causa en tiempos de la campaña rusa. El hastío que destila el diario de Walter era el sentimiento general en Europa, y por una buena razón: casi más o menos un cuarto de siglo de guerra continua había dejado a todos insensibles al sufrimiento y la desesperación. Si Jakob Walter tenía algún tipo de compromiso fue con la fuerte fe católica que le sostuvo durante su experiencia, pero no le impidió retratar con detalles gráficos los efectos cada vez más deshumanizadores del conflicto con sus participantes forzosos.
Jakob volvió a su trabajo de albañil, se casó y la pareja tuvo diez hijos, cinco de los cuales todavía vivían en 1856, cuando el ahora próspero contratista de la construcción escribió una carta a uno de sus hijos que había emigrado a Kansas. Al año siguiente el joven viajó a la casa paterna para casarse con la hija del alcalde un pueblo cerca de Ellwagen. La joven pareja se llevó a Estados Unidos el manuscrito y fue guardado en el patrimonio familiar hasta que en la década de 1930 fue puesto a disposición de los escolares como texto de lectura. Jakob Walter murió en 1864 y su esposa en 1873. Poco más sabemos de su vida, al igual que la de cientos de aldeanos del siglo XIX. Durante la campaña militar en la que participó pudo ver brevemente a Napoleón cuando este estaba comiendo cerca del río Berezina. Durante la desastrosa retirada de Moscú, la mayoría de las tropas supervivientes de Bonaparte no sentían otra cosa más que odio y rencor contra el emperador. Arrancados de sus vidas domésticas por la insaciable máquina de reclutamiento francesa, 685.000 soldados de Alemania, Polonia, Italia y Francia - de estos últimos sobrevivieron menos de la mitad - marcharon a Rusia. De ellos, menos de 70.000 regresaron dejando atrás más de 400.000 muertos y más de 100.000 prisioneros de los rusos, además de un número desconocido de desertores. En las batallas posteriores, Napoleó fue conducido inexorablemente hacia el oeste por una coalición de ejércitos europeos liderados por los británicos, prusianos, rusos y austriacos. En 1814 los aliados ocuparon París obligando al ya exemperador francés a exiliarse en la isla mediterránea de Elba.
Normalmente se pensaba que los daños infligidos por las guerras revolucionarias y napoleónicas fueron relativamente pequeños en comparación con la devastación que traerían conflictos posteriores, sobre todo las dos guerras mundiales, ya en pleno siglo XX. En algún lugar leí que las guerras del siglo XIX ocasionaron menos daños, tanto en vidas como en heridos y daños materiales, que en el siglo XX. Y de eso no hay ninguna duda, pero no hay que despreciar los daños ocasionados tanto por las guerras revolucionarias como por las guerras napoleónicas.
Pero se estima que desde la Revolución Francesa hasta la derrota de (finitiva de Bonaparte en Waterloo (18 de junio de 1815) murieron unos cinco millones de personas. Proporcionalmente a la población existente en Europa en cada momento (incluyendo la Rusia europea), murieron tantas personas como en la Primera Guerra Mundial. Uno de cada cinco franceses varones nacidos entre 1790 y 1795 murieron durante los veintitrés años de conflictos casi seguidos. En los ejércitos de Bonaparte, incluidos todos los de otras nacionalidades, murieron un millón y medio de hombres. Los rusos prendieron fuego a la ciudad de Moscú hasta los cimientos para que no se albergaran en ella los soldados enviados por Napoleón. Todos los moscovitas huyeron, enfrentándose a una vida errante sin casa durante algunos años hasta que llegaron los fondos para reconstruir la ciudad. Cuando los moscovitas volvieron a entrar en la ciudad, tuvieron que quemar unos doce mil cuerpos en inmensas piras. La reconstrucción de la ciudad no empezó hasta dos años después, en 2014, pero una ciudad más moderna, con calles y avenidas más amplias. También se construyeron parques y jardines públicos donde antes habían nuevas callejuelas estrechas. También se construyeron nuevos palacios para el zar.
En España las depravaciones de los franceses tampoco fueron leves. Muchas ciudades fueron asediadas y conquistadas, pero la más famosa es Zaragoza, por su famoso sitio y Agustina de Aragón. Puerto Real, ocupada por los franceses entre 1810 y 1812, perdió 6.000 habitantes y el 40% de sus edificios. Extremadura perdió el 15% de su población.
Lavé mis manos y mi cara muy despacio porque las costras de mis manos, orejas y nariz habían crecido como cortezas de abetos, con grietas y escamas negras como el carbón. Mi cara se parecía a la de un campesino ruso con barba dura. Y cuando me miré al espejo, me quedé asombrado ante la extraña apariencia de mi cara. Me lavé durante una hora con agua caliente y jabón.
Todos los intentos de liberar su cuerpo y sus ropas de los piojos ("mis soberanos") fueron inútiles. De camino hacia el oeste con su unidad, comenzó a padecer fiebre, probablemente tifus, y tuvo que ser llevado en un carro el resto del viaje. Alrededor de cien de los 175 hombres del convoy no sobrevivieron al viaje. Cuando, aún lleno de piojos, Walter llegó a la tierra que le vio nacer, no creía que sus familiares podrían reconocerle: 'Hice mi entrada con un abrigo ruso negro como el carbón, un sombrero todo redondo y un montón de compañeros de viaje bajo mis ropas, entre los que habían rusos, polacos y sajones'. Por fin pudo lavarse adecuadamente, limpiar todas sus ropas de piojos y empezó a mejorar poco a poco su salud. La gente de la zona empezó a llamarle el ruso, como todos los que estuvieron en aquella época fueron llamados.
Como la inmensa mayoría de los europeos comunes de aquella época, Walter tenía poco o ningún interés o conocimiento de la política. Fue reclutado forzosamente por las autoridades en el estado-marioneta de los franceses de Wurttemberg en 1806, y vuelto a llamar a las armas en 1809 y 1812. Al igual que los miles de reclutas forzosos de aquella época que fueron llamados a las armas, no tuvo otra opción. Su diario no muestra ningún sentido de obligación moral para con los franceses o, incluso, con la causa de Wurtemberg, ningún interés en el resultado de la guerra, ningún odio hacia los rusos o ningún deseo de matarlos. Como un soldado común de infantería, mostró poco conocimiento o preocupación por los temas estratégicos detrás de las campañas militares en las que tomó parte. Walter tan solo estaba interesado en sobrevivir a la rigurosa prueba a la que había sido sometido a su pesar. La vivacidad de las tropas francesas que habían arremetido victoriosamente contra las fuerzas contrarrevolucionarias austriacas al principio de la década de 1790 - 1800 cantando la Marsellesa, ya había desaparecido. Tan solo un pequeño número de soldados, como la Guardia Imperial, todavía estaban motivados y comprometidos con la causa en tiempos de la campaña rusa. El hastío que destila el diario de Walter era el sentimiento general en Europa, y por una buena razón: casi más o menos un cuarto de siglo de guerra continua había dejado a todos insensibles al sufrimiento y la desesperación. Si Jakob Walter tenía algún tipo de compromiso fue con la fuerte fe católica que le sostuvo durante su experiencia, pero no le impidió retratar con detalles gráficos los efectos cada vez más deshumanizadores del conflicto con sus participantes forzosos.
Jakob volvió a su trabajo de albañil, se casó y la pareja tuvo diez hijos, cinco de los cuales todavía vivían en 1856, cuando el ahora próspero contratista de la construcción escribió una carta a uno de sus hijos que había emigrado a Kansas. Al año siguiente el joven viajó a la casa paterna para casarse con la hija del alcalde un pueblo cerca de Ellwagen. La joven pareja se llevó a Estados Unidos el manuscrito y fue guardado en el patrimonio familiar hasta que en la década de 1930 fue puesto a disposición de los escolares como texto de lectura. Jakob Walter murió en 1864 y su esposa en 1873. Poco más sabemos de su vida, al igual que la de cientos de aldeanos del siglo XIX. Durante la campaña militar en la que participó pudo ver brevemente a Napoleón cuando este estaba comiendo cerca del río Berezina. Durante la desastrosa retirada de Moscú, la mayoría de las tropas supervivientes de Bonaparte no sentían otra cosa más que odio y rencor contra el emperador. Arrancados de sus vidas domésticas por la insaciable máquina de reclutamiento francesa, 685.000 soldados de Alemania, Polonia, Italia y Francia - de estos últimos sobrevivieron menos de la mitad - marcharon a Rusia. De ellos, menos de 70.000 regresaron dejando atrás más de 400.000 muertos y más de 100.000 prisioneros de los rusos, además de un número desconocido de desertores. En las batallas posteriores, Napoleó fue conducido inexorablemente hacia el oeste por una coalición de ejércitos europeos liderados por los británicos, prusianos, rusos y austriacos. En 1814 los aliados ocuparon París obligando al ya exemperador francés a exiliarse en la isla mediterránea de Elba.
Normalmente se pensaba que los daños infligidos por las guerras revolucionarias y napoleónicas fueron relativamente pequeños en comparación con la devastación que traerían conflictos posteriores, sobre todo las dos guerras mundiales, ya en pleno siglo XX. En algún lugar leí que las guerras del siglo XIX ocasionaron menos daños, tanto en vidas como en heridos y daños materiales, que en el siglo XX. Y de eso no hay ninguna duda, pero no hay que despreciar los daños ocasionados tanto por las guerras revolucionarias como por las guerras napoleónicas.
Pero se estima que desde la Revolución Francesa hasta la derrota de (finitiva de Bonaparte en Waterloo (18 de junio de 1815) murieron unos cinco millones de personas. Proporcionalmente a la población existente en Europa en cada momento (incluyendo la Rusia europea), murieron tantas personas como en la Primera Guerra Mundial. Uno de cada cinco franceses varones nacidos entre 1790 y 1795 murieron durante los veintitrés años de conflictos casi seguidos. En los ejércitos de Bonaparte, incluidos todos los de otras nacionalidades, murieron un millón y medio de hombres. Los rusos prendieron fuego a la ciudad de Moscú hasta los cimientos para que no se albergaran en ella los soldados enviados por Napoleón. Todos los moscovitas huyeron, enfrentándose a una vida errante sin casa durante algunos años hasta que llegaron los fondos para reconstruir la ciudad. Cuando los moscovitas volvieron a entrar en la ciudad, tuvieron que quemar unos doce mil cuerpos en inmensas piras. La reconstrucción de la ciudad no empezó hasta dos años después, en 2014, pero una ciudad más moderna, con calles y avenidas más amplias. También se construyeron parques y jardines públicos donde antes habían nuevas callejuelas estrechas. También se construyeron nuevos palacios para el zar.
En España las depravaciones de los franceses tampoco fueron leves. Muchas ciudades fueron asediadas y conquistadas, pero la más famosa es Zaragoza, por su famoso sitio y Agustina de Aragón. Puerto Real, ocupada por los franceses entre 1810 y 1812, perdió 6.000 habitantes y el 40% de sus edificios. Extremadura perdió el 15% de su población.